jueves, 28 de julio de 2011

Una historia más de tantas.

La conocí una tarde de verano. Conocí a un grupo de personas bastante grande y diverso, con los que empecé a salir, y entre ellos la encontré a ella. Se podría decir que fue un flechazo, pues no tarde mucho en ver algo especial en ella, algo que tenía y que les faltaba a muchas otras, y conectamos enseguida. Al poco tiempo de conocernos empezamos a intimar y a pasar mucho tiempo juntos. Empezamos a vernos a solas, en detrimento del tiempo que pasábamos con otras personas del grupo; compartíamos nuestros miedos e inseguridades; pasábamos horas y horas hablando, contándonos nuestra vida y conociéndonos. Y cuanto más sabia de ella, más necesitaba saber. Y ese sentimiento era recíproco. Así que, como era de esperar, nos enamoramos. Ella era la chica, ¡y al fín la había encontrado!


Estaba pletórico, no recordaba haber sido tan feliz antes. Pero ese júbilo duró poco. Empezamos a pasar demasiado tiempo juntos y la rutina comenzó a apoderarse de nuestras vidas. Siempre hacíamos más o menos lo mismo, y para entonces habíamos compartido tantas cosas que ya no nos quedaba nada de que hablar, formándose silencios incomodos. Ella se dió cuenta de que no era especialmente "hábil" con las manos, al menos no lo bastante para ella. Notaba que la cosa se enfriaba, y que ella se iba alejando de mí poco a poco, por lo que acabé perdiendo los nervios. Los celos y el miedo a perderla se apoderaron de la relación, con lo que eso conlleva. Al final, pasábamos más tiempo peleando que disfrutando de nuestra compañía, y así fué hasta que llegó el fatídico día.


"Tenemos que hablar". Una vez que se saca esa frase a la palestra no hace falta decir nada más, pues todos sabemos cuál es su significado. Quedamos para hablar y, efectivamente, era lo que me temía. Ya no le hacía sentir esa cosa especial, y había comenzado a verme más como un simple amigo que como novio. No daba crédito a lo que estaba pasando. Tantos momentos felices, tantos buenos recuerdos... No podía creer que todo eso pudiera degenerar en una simple "amistad" en tan poco tiempo. Aquel día no sólo fue el fín de una relación, sino que también fué mi fin, el fin de mi persona...

Corté todo contacto con ella y con el grupo por el que nos conocimos. Empecé a pasarme las horas muertas bebiendo en el bar, sin hacer nada productivo, y malgastando el dinero en alcohol. Dejé de relacionarme con todo ser viviente del planeta y a encerrarme en mi dolor. Todo mi mundo se desmoronaba. Hasta que un día algo pulsó un botón en mi cabeza que me hizo darle un giro de 180º a mi vida: Estaba como siempre, ahogando mis penas en cerveza, y me fije en que nunca, NUNCA, se les acababa la cerveza. Por alguna razón que no acabo de entender, pensé que había más personas que peces en el mar, y eso me llevó a hacer una ríma. "Hay más personas que peces en el mar, y más tías que cervezas en un bar".

Ya está. Con una estúpida rima, decidí volver a coger las riendas de mi vida. Decidí salir a la calle, salir a buscar una cerveza y una chica en un buen bar, y no volví a buscar la amistad y el amor en el World of Warcraft.

Conclusión: Puede que Internet sea una red, pero no siempre es buena idea usarla para pescar ;)